En abril de 2025 falleció a sus 89 años el gran escritor Mario Vargas Llosa. Fue él erudito en sus conocimientos y tratados literarios profundos, llegando a ser miembro de la Academia de la Lengua Francesa (sin ser su lengua madre) y regentando destacado programa sobre literatura latinoamericana en Princeton (1992-2015).
Vargas Llosa no solo se interesó desde muy temprano por descifrar esa paradoja que encierra el “delirio americano” (C. Granés, 2022), sino que fue consecuente con su temprana crítica a los regímenes autocráticos de Rusia, China y Cuba. Sus más destacadas obras analizan la ingenuidad del joven latino con aspiraciones revolucionarias, su parroquialismo y su fácil captura ideológica. Y en otras contrasta tal ingenuidad política juvenil (como la que muchos tuvimos) con la crudeza de dictaduras de izquierda y derecha (‘remember’ ‘La fiesta del Chivo’ vs. ‘Historia de Mayta’).
Todas ellas develan ya casi un siglo de estupidez política (1959-2025) basadas en la narrativa de que “el nuevo hombre socialista” del Che Guevara liberaría a la región del “imperio”. Tales sueños venían aderezados por la natural reacción ante golpes militares (1960-1990). Pero, paradójicamente, hoy esos sueños socialistas buscan y logran “constituyentes” para atornillarse al poder populista, como en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En Colombia hemos venido caminando por ese filo de la navaja por cuenta del 3 % (incluyendo “canosos” todavía ingenuos) que inclinaron la balanza a favor de un alcalde Petro que había anunciado una agenda que emularía las de su ‘alter ego’ Chávez-Maduro. Es claro que el excéntrico ingeniero al menos no tenía un manual destructivo de Colombia, como el planeado por Gustavo. Y hasta hubo ingenuos que pensaron que si Gustavo firmaba en notaría su no intención de constituyente, pues habría que creerle –varios de ellos inclusive fungieron como ‘ministros fusibles’ útiles durante su primer año y hoy se preguntan si acaso fueron engañados y aún no encuentran forma de cobrárselo–.
Ese radicalismo izquierdista ciertamente ha hecho gran daño al progreso socioeconómico en Brasil y México. En paralelo, se han mermado admirables progresos socioeconómicos que venían mostrando Chile, Perú y Colombia (1990-2019), reduciendo la pobreza del 50 % al 35 %, elevando la esperanza de vida a 75 años (+10 años) gracias al mejor sistema de salud. E inclusive, se redujo desigualdad con Ginis que, tras intervenciones estatales, llegaban a 0,48 (-6 pps en dos décadas).
Todas ellas develan ya casi un siglo de estupidez política (1959-2025) basadas en la narrativa de que ‘el nuevo hombre socialista’ del Che Guevara liberaría a la región del ‘imperio’
Admirable también en Vargas Llosa fue su compromiso de llevar la causa humanista más allá de su imaginativa descripción literaria. Y por eso se enfrentó políticamente a la derecha populista de Fujimori en las elecciones de 1990. Tras resultar derrotado, buscó crear un proyecto de centro, el cual nunca voló en un Perú étnicamente dividido. Su error de apoyo a Keiko Fujimori, enfrentando alternativas militares izquierdistas (mezcla que lo intoxicaba), lo sepultó políticamente, pero nunca dejó de trabajar por un Perú más moderno e incluyente (… allí vino a morir). Nos Ilustraba en ‘El pez en el agua’ (1993) cuán difícil era penetrar la estructura de corruptelas políticas, meta ya inalcanzable para un literato profesional que se asomaba tarde a tan difíciles lides.
Contrasta el acertado giro político, respecto del ingenuo Vargas Llosa parisino de 1960-1970, con el entronizado Gabo, quien, habiendo reportado desde Europa Oriental el fracaso socialista, nunca logró superar “su cariño caribeño” por el cruel Fidel y su autocrática cubana.
El biógrafo de Gabo, Gerald Martin (2008), nos relata cómo ‘El otoño del patriarca’ se refiere más a la exegesis de su amigo dictador Castro, que al dictador Trujillo de la República Dominicana. Ya nos dirá Martin, en la biografía que viene escribiendo sobre Vargas Llosa, cómo fue que el “empírico Gabo” logró mantener, al final de los días, la admiración proveniente del erudito Mario.
SERGIO CLAVIJO
