Columna de Natalia Tobón del 8 de diciembre: Decencia cotidiana

Mi padre fue un pintor que trabajó muchos años en publicidad. Tenía talento de sobra aunque no siempre fue reconocido. Muchos le decían “Maestro”, pero enseguida le pedían los cuadros regalados. A él no le afectaba porque vivía en su mundo. A mí sí. Yo sabía lo que costaba sostener una casa y entendía que detrás de cada obra había horas de estudio y trabajo que pocos valoraban.

En publicidad pasaba algo parecido. Lo respetaban, pero con el paso de los años le decían que preferían contratar a varios jóvenes que copiaran campañas antes que pagarle a un director creativo con experiencia. Él no perdía la calma y seguía inventando proyectos para sobrevivir.

Tal vez por eso terminé estudiando derecho. Mi verdadera vocación es la veterinaria, pero escogí esta profesión porque quería poder defendernos a él y a mí. No quería que nadie se aprovechara más de nosotros.

Nunca supe si valoró esas defensas porque en su mundo de trazos y colores lo material casi no contaba. Él precisaba muy poco para vivir, mucho menos que yo. Sus sacos cerrados y sus zapatos de gamuza duraban años. Era la prueba viviente de que rico no es quien tiene mucho, sino quien menos necesita.

Lo que sí le sobraba era sensibilidad y gentileza. Solía decir que era más fácil ser inteligente que buena persona, porque lo primero venía de nacimiento, mientras que lo segundo había que elegirlo todos los días.

No sé por qué me vinieron esos recuerdos en esta Navidad. Tal vez porque al recordarlo entendí que en vez de regalos prefiero un mejor trato durante todo el año. Que cada quien en el lugar donde trabaja elija no complicarles la vida a los demás. Si está en contabilidad, puede no demorar un pago con requisitos insulsos. Si está en recepción, puede tratar bien a quien llega sin importar cómo esté vestido. Si ya eligió a alguien para un empleo, puede avisar a quienes no fueron seleccionados para que no sigan ilusionados. Si es abogado, puede entregar los informes sin que el cliente tenga que rogar. Si es médico, puede mirar al paciente a los ojos y escucharlo. Si tiene un perro, puede abstenerse de golpearlo por orinar, sobre todo si no lo saca a pasear.

Mi padre solía decir que era más fácil ser inteligente que buena persona, porque lo primero venía de nacimiento, mientras que lo segundo había que elegirlo todos los días

En estas fechas, y siempre, el mejor regalo es practicar la decencia, la consideración y el respeto en lo cotidiano. No imagino otra forma de volver este mundo un lugar menos hostil y un poco más amable para quienes lo habitamos.

NATALIA TOBÓN FRANCO

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